Mientras Colombia se debate entre escándalos políticos, campañas adelantadas y promesas huecas, en regiones como el Cauca la vida sigue pendiendo de un hilo. En los últimos días, los hechos violentos que han azotado al suroccidente del país son un recordatorio brutal de que la paz que se firmo hace varios años, sigue siendo una deuda profunda con los ciudadanos de a pie.
El problema no es nuevo, pero el silencio sí es cada vez más ensordecedor. La institucionalidad, lejos de reforzarse, parece desvanecerse. Y frente a esto, la ciudadanía exige respuestas. Como bien lo dijo Sergio Fajardo, “un país que se niega a enfrentar sus violencias estructurales está condenado a repetirlas, una y otra vez”. ¿Cuántas veces más tendrá que sangrar el Cauca para que Bogotá escuche?
Las comunidades indígenas, campesinas y afrodescendientes, además del resto de los habitantes del Cauca no claman por favores, exigen lo que les corresponde por derecho: vivir sin el acecho constante de grupos armados, sin el ruido de las balas cruzando sus veredas, sin el miedo permanente de perderlo todo por estar en la “zona equivocada”. Piden lo básico en cualquier democracia: protección, educación, salud y oportunidades. Sin embargo, el Gobierno Nacional sigue ausente o actúa con una lentitud que raya en la negligencia. Promete presencia integral, pero responde con operativos improvisados; habla de justicia social, pero posterga inversiones estructurales. Mientras en los discursos se habla de transformación del territorio, en municipios como Argelia, Toribío o Suárez, la gente solo ve cómo la guerra regresa, con nuevas siglas y los mismos horrores.
El discurso oficial habla de «territorios priorizados», pero en el Cauca la prioridad sigue siendo la supervivencia. ¿Dónde está la implementación real del Acuerdo de Paz? ¿Dónde están los planes de desarrollo territorial? ¿Dónde están las inversiones en educación, infraestructura y empleo que tanto pregona el gobierno de Petro?
Como bien ha advertido el senador Jorge Enrique Robledo, “el Estado no puede limitarse a administrar la violencia con operativos de reacción; necesita gobernar de verdad”. Y gobernar no es solo enviar tropas, es también construir oportunidades, abrir caminos y garantizar derechos.
Lo que está ocurriendo en el Cauca y en muchas otras regiones del país no puede seguir siendo normalizado. No podemos convertirnos en una sociedad que convive con la guerra como si fuera parte del paisaje. La vida no puede seguir siendo una estadística más.
La clase política debe actuar con responsabilidad, más allá de cálculos electorales. Y nosotros, como ciudadanos, debemos exigir más, cuestionar más, movilizarnos más. Porque la paz no se logra con discursos ni con trinos, se construye con voluntad política, con presencia real del Estado y con justicia social.
El Cauca no es un problema. El Cauca es un reflejo del país. Uno que nos muestra lo mucho que aún nos falta por construir como país.
Columna de Opinión por Estefany Arana, Comunicadora Social
Creada con ayuda de la IA