Es la libertad garantizada y ya indiscutible en relación con sus derechos reproductivos

NO creo que exista una mejor razón para celebrar el 8 de marzo que la inscripción del derecho a la interrupción voluntaria del embarazo en la Constitución francesa. En efecto el Senado francés acaba de votar favorablemente dicha inscripción con 780 votos a favor y tan solo 72 en contra. En otras palabras y para que no exista ningún malentendido: el aborto en Francia es hoy un derecho constitucional y por consiguiente un derecho fundamental. Y hoy asumo mi nacionalidad francesa con orgullo, esta nacionalidad que sigue inscrita en mi piel de niña, de adolescente y de estos primeros años de la adultez, pues llegué a Colombia a los 24 años. Francia es, hoy en día, el único país del mundo con esa particularidad política y constitucional. Es la garantía de una nueva libertad para las mujeres que viven en Francia, y no es cualquiera. Es la libertad garantizada y ya indiscutible en relación con sus derechos reproductivos.

Por cierto, sabemos que Colombia no se ha quedado atrás. Hoy, Colombia figura entre los cinco países del mundo por haber despenalizado el aborto durante 24 semanas de gestación. Todo eso, gracias al movimiento Causa Justa y una larga historia de luchas de varias décadas a favor de la interrupción voluntaria del embarazo. Cierto, no está aún inscrito ese derecho en nuestra carta constitucional, pero, por supuesto, ese será el objetivo próximo.

Claro, hemos aprendido día a día que el derecho de las mujeres es siempre una conquista frágil y este hecho es el que nos motiva a volver a recordar cada año el significado del 8 de marzo (con la actual extensión a todo el mes de marzo) para las mujeres. Es así como este mes se ha vuelto un buen pretexto para volver a pensar en utopías que se pueden y se deben traducir poco a poco en otros mundos posibles para las mujeres. Y a veces las utopías se vuelven realidades, como lo acaban de vivir las mujeres francesas.

Este mes se ha vuelto un buen pretexto para volver a pensar en utopías que se pueden y se deben traducir poco a poco en otros mundos posibles para las mujeres.

Foto de Cancillería Colombiana

Y este mes de marzo, primero que todo, nos devuelve a la historia en la cual se mezclan varios eventos que sucedieron hacia finales del siglo XIX y principios del XX, eventos relacionados casi todos con mujeres obreras en Nueva York, principalmente textileras, cuando reclamaban mejores condiciones de trabajo –laboraban más de 14 horas diarias en condiciones infrahumanas– y el derecho al sufragio. Así es como las mujeres de algunos países, poco a poco, escogieron el 8 de marzo como día para celebrar, para recordar su presencia y su participación en las luchas civiles y políticas, su voluntad de existir como ciudadanas de tiempo completo, su profundo odio a las guerras y su infatigable anhelo de justicia, de igualdad y de no discriminación.

Y hablando de Colombia, no podemos olvidar la historia de Betsabé Espinal, la hilandera de la fábrica de tejidos de Bello, Antioquia, líder sindical que dirigió en 1920 una de las primeras huelgas de Colombia. Y fue en 1960 cuando en Colombia se celebró por primera vez el 8 de marzo. Claro, algo tímidamente. Por supuesto, nada que ver con el Día de la Madre, jornada del hiperconsumismo machista culpable. Y es solo a raíz de la década internacional de la mujer, entre 1975 y 1985, cuando las Naciones Unidas, acogiendo las presiones de organizaciones de mujeres del mundo entero, confirman esta fecha como Día Internacional de la Mujer. Un día que nos permite hacer conciencia sobre la tenacidad y resistencia de las estructuras patriarcales, pero también, y al mismo tiempo, sobre la necesidad de seguir creyendo en utopías.

Columna de FLORENCE THOMAS

* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad de El Tiempo

Tomado de El Tiempo