Por: Juan Cristóbal Zambrano López
Este 19 de octubre no se vota por nombres, se vota por ideas. Se vota por el tipo de política que queremos permitir. Ese día, los jóvenes tenemos la oportunidad de demostrar que sí se puede hacer política sin trampas, sin apoyos bajo la mesa y sin depender de favores de quienes hoy tienen poder. El 19 de octubre no solo se vota: también se pone a prueba nuestra dignidad.
Hay quienes usan el poder para presionar, para comprar conciencias, para convertir el miedo en herramienta política. Nosotros estamos en contra de eso. Porque hacer política con miedo no es participación, es sometimiento. Y cuando la juventud se deja someter, pierde lo más valioso que tiene: su voz, su carácter y su independencia.
Resulta preocupante ver cómo algunos jóvenes, que deberían representar el cambio, terminan repitiendo los mismos vicios de siempre: reuniones clandestinas con secretarios, favores a cambio de apoyo y una lógica del “todo vale” que solo demuestra que no todos entienden lo que significa servir. Es doloroso ver cómo algunos de nuestra generación se conforman con el trabajo fácil, con los privilegios temporales, sin darse cuenta de que el poder que se consigue a punta de miedo no dura, y que la confianza que se traiciona nunca se recupera.
Si desde jóvenes se acostumbra a hacer política con trampas, ¿qué se puede esperar cuando lleguen a cargos de poder? Lo más preocupante es que algunos de esos apoyos ni siquiera son espontáneos: detrás hay funcionarios que presionan, secretarios que amenazan a contratistas con quitarles el trabajo si no consiguen votos para su lista. Eso no es política, eso es abuso. Eso no es liderazgo, eso es corrupción con otro nombre.
La corrupción no empieza cuando alguien roba dinero público. Empieza mucho antes: cuando alguien traiciona sus principios para conseguir un voto, un contrato o un puesto. Empieza cuando el miedo reemplaza la conciencia y cuando el interés personal pesa más que el bien común. Si normalizamos eso, estaremos aceptando que la política se puede torcer sin consecuencias, y eso sería un error histórico.
Convertir la necesidad en herramienta electoral es una de las formas más bajas de hacer política. Es triste que haya quienes se aprovechan de su cargo para manipular la voluntad de la gente, en lugar de servirla. Y más triste aún, que haya quienes se dejan arrastrar por miedo o conveniencia. La política no puede seguir siendo el espacio donde gana el que más presiona, sino el que más propone. No puede seguir siendo la competencia de quién promete más, sino la construcción colectiva de quién cumple mejor.
Nosotros creemos en la libertad. Nadie debería votar por miedo, sino por convicción. El voto comprado, presionado o condicionado no construye democracia: la destruye. Y cuando la democracia se debilita, los únicos que ganan son los que viven de mantenernos callados. Por eso, cada voto libre este 19 de octubre vale más que mil discursos, porque detrás de un voto consciente hay una historia, una familia, un sueño y una esperanza que no pueden seguir siendo manipulados.
Hay quienes preferimos caminar sin atajos, con la frente en alto y las manos limpias, porque creemos que la política no es un negocio, sino un servicio. No buscamos favores, buscamos confianza. No queremos aplausos, queremos respeto. Y eso solo se logra cuando se es coherente: cuando lo que se dice se respalda con hechos, cuando se trabaja sin depender del poder, sino del esfuerzo y la convicción.
La coherencia también se vota, y eso es lo que se vota este 19 de octubre. No pido que voten por mí; pido que voten por la idea de que sí se puede hacer política diferente. Que el voto sea un acto de dignidad, no de conveniencia. Que cada joven entienda que tiene el poder de decir no a la manipulación y sí al cambio.

El futuro no lo construyen los que venden su voz, sino los que se atreven a usarla con valor. La historia no la escriben los que se esconden detrás de los poderosos, sino los que se atreven a enfrentarlos con ideas. El 19 de octubre es más que una elección: es una oportunidad para dejar claro que la juventud no está dormida, que no se deja usar, que tiene criterio y que está lista para demostrar que el cambio empieza en nosotros.
Porque al final, este 19 de octubre no se trata de una votación más, sino de una declaración de principios: de demostrar que todavía existen jóvenes que creen en la decencia, en la palabra y en la política bien hecha. Que entienden que el poder sin ética no sirve, y que los cargos sin propósito no transforman. Que saben que el cambio real comienza cuando nos atrevemos a decir “no” a la manipulación y “sí” a la conciencia.
Columna de Opinión