La selva que describe magistralmente Rivera recobra actualidad porque queremos que ella en sus distintas metamorfosis, la del narcotráfico, la de los clanes violentos, la de la corrupción, no nos trague como un destino irreversible.
Se cumplen cien años de la publicación, en 1924, de La Vorágine, la novela de José Eustasio Rivera. Se la considera un clásico de la literatura colombiana. Tuve de profesor a un coterráneo de Rivera que parecía haber nacido para dedicarle su vida a comentar y divulgar la obra del escritor y poeta huilense. Nos leía a sus alumnos párrafos enteros de sus relatos y se sabía de memoria incontables sonetos suyos como el que dice sonoramente: «Soy un grávido río, y a la luz meridiana ruedo bajo los ámbitos reflejando el paisaje». Soneto inspirado en el río Vaupés y en el Guainía. En otros más cuyos nombres desconocemos. La interminable selva de esos territorios es el lugar donde la Casa Arana es dueña con violencia de todas las tierras sin límites como una república infernal donde la única ley son ellos. Aunque les llegó el momento en que se produjo una matazón «a tal punto «que hasta los asesinos se asesinaron».
La Vorágine es una de las tres novelas en las que se manifiestan contextos sociológicos de nuestra historia: María de Jorge Isaacs en una hacienda de la caña de azúcar del Occidente; La Vorágine de los años de la producción afiebrada del caucho llanero y selvático, y Cien años de Soledad, un cuento de la tradición oral del Caribe, en donde las bananeras son un referente ineludible. Pero hay que tener cautela para no caer en el reduccionismo histórico. La Vorágine es una novela en la que el amor, con trasfondo de la violencia cauchera, domina a su vez el escenario de las relaciones humanas. Comienza para probarlo con esta indudable frase : «Antes de que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia». Frase que signa la tragedia del relato, cuando Arturo Cova completa las palabras de inicio: «Más que el enamorado, fui siempre el dominador». Violencia, quién va a negarlo, que subsiste hasta nuestros días inoculada en los meandros del amor que son los meandros de la selva. Hoy no hemos podido erradicar esa dura realidad con la búsqueda incesante de la paz, de la convivencia por siempre deseada que se ha llegado a denominar la paz total. No llega la paz, el acuerdo de todos los que de una vez por todas queremos una sociedad pacífica. La selva que describe magistralmente Rivera recobra actualidad porque queremos que ella en sus distintas metamorfosis, la del narcotráfico, la de los clanes violentos, la de la corrupción, no nos trague como un destino irreversible. El que al final de La Vorágine hace trizas el empeño de sus personajes que no encuentran salida porque «¡Los devoró la selva!».
Imagen de Diario de Paz Colombia
Columna de Opinión de Jesús Ferrero Bayona para el portal de El Heraldo